¿Quién puede matar a un niño?


La verdad es que me ha costado y mucho, ponerme delante de un teclado para escribir sobre este tema doloroso e incomprensible, al menos para mí. Además, cuando me he puesto, lo he tenido que reescribir varias veces a la luz de las distintas informaciones que se han ido vertiendo en los medios de comunicación, con más o menos lucidez, con más o menos humanidad. La muerte de Gabriel Cruz Ramírez, un niño de 8 años, feliz, querido, a manos de un adulto cercano (si, ya sé que en el 90% o más de los casos el asesino es una persona cercana, de su círculo más próximo), nos ha dejado de nuevo estupefactos a todos. Y más cuando hemos sabido quien y en qué circunstancias se ha producido la misma.

Lo que voy a escribir es mi opinión,  mis pensamientos más personales al respecto. No voy a entrar en la disputa, interesada y a destiempo de si es necesaria la mal llamada “Prisión Permanente revisable” y si bien me voy a basar en la información que ha aparecido en los medios de comunicación; voraces, interesados más en la audiencia que en la resolución, y en el trágico final de la búsqueda del menor (Hasta la Guardia Civil reconoció que en algún caso la presencia de periodistas (¿?) entorpeció la investigación), es la única fuente que tengo para intentar entender (que no comprender) lo sucedido.
Que un adulto sano, cuerdo (al menos todo lo cuerdo que puede estar en este caso), decida conscientemente cercenar de raíz la vida en un niño, un ser que apenas ha empezado a vivir, y que no puede defenderse de su agresor, me parece una auténtica aberración, la prueba evidente que el ser humano (como especie) es, desde su pretendida “civilización”, totalmente salvaje y despiadado. Bien sea por beneficio propio o por el mero hecho de hacer daño a otro adulto, el infanticidio me parece una auténtica aberración y más con la premeditación y la alevosía, que parece se ha dado en este caso. Imagino que habrá psiquiatras forenses que hayan estudiado con atención, sujetos y situaciones similares; lo que por la mente de la asesina confesa de Gabriel, pasa o pasó antes, durante y después del luctuoso hecho, pero creo que, al margen de este caso, deberíamos reflexionar sobre lo enferma que puede llegar a estar una sociedad, donde los casos como este, como los de Diana, Marta, Yeremi, Anabel y otros tantos (discúlpenme si no recuerdo el nombre de otros), aún con sus evidentes diferencias y sus particularidades, y que tienen un punto en común: La desaparición forzada y la muerte (el asesinato) de una persona joven, indefensa, frente a un predador que utiliza su supremacía física o intelectual para acabar con su víctima.
La globalización, la masificación de la información, no nos ha llevado a un progreso en este campo, lo digo por los que argumenten que este tipo de criminales han existido siempre (a la memoria me viene el triste caso de la Vampira del Raval), pero lo cierto es que en los últimos tiempos se ha extendido un miedo (dejo a los expertos discernir si real o no) a que los niños y los adolescentes estén solos, alejados de las miradas o los cuidados de sus padres y a expensas de posibles agresores (predadores).
A expensas de lo que digan las investigaciones y el juicio que se le haga a Ana Julia Quezada como responsable de la muerte de Gabriel, todos deberíamos reflexionar sobre ello y ver como podemos, en nuestro pequeño círculo de influencia, tratar de ayudar para prevenir y sobre todo evitar, que este tipo de sucesos no se repita jamás.
Mi más sentido pésame a los padres de Gabriel; Angel y Patricia.
Espero que Narciso Ibáñez Serrador (QEPD) me perdone que me haya apropiado del título de su película para esta reflexión.

P.S. Al principio de este artículo, he escrito que he tardado un tiempo en poder ponerme a hacerlo, el horror me superaba. En el ínterin, se ha producido otro suceso análogo, la muerte de dos menores a manos de su padre en Getafe. Distinto, ya que parece que el infanticida quería a sus víctimas y que posteriormente al macabro suceso, decidió suicidarse arrojándose a las vías del tren. En este caso y por los rastros encontrados por la policía, el motivo era “piadoso”: No quería que los niños sufrieran (sic). La piedad peligrosa, que diría el gran Stefan Zweig.
El sufrimiento nos la ha dejado a los demás.

No hay comentarios:

Publicar un comentario