Aniversario del fin de una locura.


Me pongo ante el teclado a las 11 de la mañana del 11 de Noviembre de 2018. Hace justo un siglo, en este mismo minuto, finalizaba la Madre de todas las Guerras, la confrontación final. Aquella guerra que los apologistas de la misma habían calificado como la última, porque a partir de esa masacre no iba a haber más guerras en Europa. Ilusos.

 
Jean Giono, el célebre autor francés que sobrevivió a la catástrofe, escribió en su obra "Le grand troupeau" (la gran manada)(1): “Vieron como los hombres se iban. Era una noche calurosa de verano que olía a maíz y a sudor de caballo. Esta era la guerra que iba a terminar con todas las guerras, la última guerra. Era la guerra que mataría la guerra; pero solo mató hombres sin sentido. Todas las guerras son un sin sentido."
Fue una guerra que lo cambió todo, no solo la forma de hacer la guerra, sino también las relaciones, las alianzas entre países, los mapas, la economía, la filosofía, las relaciones personales, todo. Jamás en la historia de la Humanidad se había provocado, alentado, y hasta jaleado por una parte de la raza humana, la matanza sistemática del semejante. No fue la guerra final, sino el inicio, la Génesis de todo lo malo y solo de algo de lo bueno que nos ha deparado este siglo.
Una guerra que creó el horror que Tolkien descrió en la Tierra Oscura de “El señor de los anillos”, o que inspiró la literatura y las poesías de John McCrae, William Noel Hodgson o e Isaac Rosenberg, todos muertos durante la misma y hoy casi olvidados.


Una guerra que propició la muerte, de forma directa, de 21 millones de personas. Fue el dudoso record que se apuntó, aunque le duró poco tiempo. Una generación entera de jóvenes cayó en las trincheras del Somme, de Verdún, en las playas de Gallipoli o en la ominosa retirada de Caporetto. O la muerte de casi 30 millones de personas por culpa de la epidemia de gripe (mal llamada “española”), que se propagó como la pólvora por todo el mundo, con el continuo trasiego de tropas y de refugiados de un lugar a otro del planeta.
Una guerra que cambió la forma de matar. El uso masivo de la guerra química (ya antes probada a pequeña escala en el conflicto ruso-japonés). El genocidio de un pueblo entero (el kurdo por parte de los Turcos) se industrializó. Se crearon y utilizaron nuevas armas (el tanque, el lanzallamas, el avión). Cambió la estrategia, convirtiendo el terreno de combate en una suerte de tumbas abiertas. Cambiaron incluso los uniformes, antes coloridos y vistosos, y ahora vergonzosamente invisibilizadores ante la amenaza de las máquinas de matar en masa. Y la forma de vivir, porque ya nada volvió a ser como antes.


Pero lo que “celebramos” hoy, es como cambió la paz. Esa paz escrita en catorce puntos en el despacho oval de la casa blanca por un presidente que no quería la guerra, pero que se aprovechó de ella para hacer de su nación la primera potencia del planeta. Esa paz firmada antes en Brest-Litovsk, entre la Rusia bolchevique y las Potencias Centrales, que permitió el asentamiento del comunismo, cambiando la geopolítica del siglo XX, y propiciando otras confrontaciones futuras más frías, pero no menos crueles. Esa paz basada en el pacto Sykes-Picot, que permitió a Gran Bretaña y a la 3ª República Francesa, dividir Asia Menor, como les vino en gana, ignorando conscientemente las promesas hechas al pueblo árabe durante la guerra y las estructuras étnicas, religiosas y tribales de la zona, para controlar la salida del petróleo y del gas sobre el que se asentaba la zona, y que durante todo el siglo solo han causado muerte, destrucción, y pobreza en la zona, solo para abastecer de energía al mundo occidental. Fue la paz sobre la que se construyó el mapa de Europa y del mundo durante buena parte del siglo XX, ignorando odios y rencillas, que acabaron casi un siglo después con las guerras de los Balcanes, la desmembración de Checoslovaquia, o la guerra de Ucrania (esta aún en curso). Una paz que sólo favoreció a tres de los vencedores (EEUU, Reino Unido y Francia), ignorando a otros (Japón e Italia) y que provocaría que en el siguiente conflicto, cambiaran de aliados. Y dejando en la ruina y desmembrado a los perdedores (El fin de los Imperios Centrales)
Fue la paz que, queriendo acabar con el peligro de otra guerra, creo al monstruo que desencadenó otra, más violenta, más sangrienta, y más cruel, solo 20 años después.
Son las 11 de la mañana. Han dejado de sonar los cañones. Muchos lo celebran por las calles de Paris, Londres, Nueva York. Creen que callan para siempre. Ilusos.



(1)   Curiosamente traducida al ingles como “To the slaughterhouse” (Al matadero).


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