Recuerdo
la mañana del 6 de Diciembre de hace 40
años. Era un día especial. La agitación general que había en el país no me
llegaba en mi inconsciencia juvenil. Aunque habían rebajado la edad de la
mayoría de 21 a 18 años hacía un par de meses, con el firme propósito de que la
juventud participara activamente en el cambio, a mí me faltaba año y medio para
alcanzar la mínima para votar, por lo que dediqué la mañana libre extra (era un
día inicialmente laborable), para jugar al fútbol con los colegas del barrio en
uno de los descampados que aún quedaban en el Madrid de entonces, en lugar de
estar atento y absorber los hechos que todos sabían históricos. La mayoría de
los partidos políticos, en su inmensa mayoría nuevos, flamantes, recién
estrenados en el ámbito parlamentario, habían hecho una fuerte campaña a favor
del “Si”. Solo una minoría de partidos, que ahora serían tildados de populistas
o anti sistema, abogaban por el “No”. Ahora me viene a la mente que curiosamente
uno de ellos, fundado por un antiguo ministro del anterior régimen, y con un
nombre popular, era uno de ellos (maldita hemeroteca). Habría que preguntar a
algunos de sus simpatizantes y dirigentes posteriores, que ahora enarbolan la
bandera constitucionalista de todos, que votaron entonces.
Recuerdo
perfectamente como era este país entonces. Lo chocante, gris, aunque abierto a
una esperanza, que era para cualquiera que hubiera vivido fuera de sus
fronteras o hubiera recibido una educación alejada del Nacional Catolicismo
imperante hasta hacía bien poco.
Un país
donde la mayoría de la población femenina, ni trabajaba fuera de casa, ni tenía
posibilidad de hacerlo (solo un 23% de la mujeres tenía un trabajo remunerado y
de ellas más del 80% eran solteras o viudas). No existía el divorcio, aunque si
el “ahí te quedas”, parcial y machista, ya que el hombre si podía hacerlo y
mantenerlo, pero para la mujer estaba casi totalmente vedado. La violencia de género era algo que existía,
pero no se aireaba más allá de las 4 paredes del mal llamado hogar. La
información aún nos llegaba con cuenta gotas y principalmente estaba dirigida
por el poder político. Solo un par de periódicos impresos y alguna radio
tramontana se permitían alguna divergencia con la línea oficial. La mayoría de
los españoles, no habíamos salido del país más que en alguna escapada ocasional
al sur de Francia para ver a Marlon Brando bailar un último tango. Y eso solo
los varones claro, una mujer no podía salir del país sin permiso del marido,
padre o tutor. Bueno ni salir del país, ni tener una cuenta corriente, ni dar
de alta la luz ni el teléfono.
Un
pais que, como citaba Don Antonio Machado aún era devoto de Frascuelo y de
María, aunque había cambiado la filiación taurina por la futbolística (simplemente
cambien Frascuelo por Amancio, Gárate o Rexach, dependiendo de sus colores).
Era
un país que acababa de salir del ámbito agrario con los famosos planes de desarrollo, y empezaba
a tener una ligera idea de modernidad. De TV en blanco y negro (solo unos pocos
disponían de TV en color), de NODO aún en el cine y en el que las Semanas
Santas, empezaban a tener una cierta des-sacralización, para ser Semanas de
Vacaciones (santas, eso sí), tras años en los que no se podía ni escuchar la
radio.
Todo
este ladrillo, viene para recordar que ya han pasado 40 años desde entonces y
que el país que teníamos ya no existe hoy en día. No lo reconocería ni la madre
que lo parió (Alfonso Guerra dixit). Y no solo por la catarata de innovaciones tecnológicas,
económicas, sociales que hemos vivido a lo largo de estos años muchas de ellas
traídas de allende las fronteras, hoy abiertas.
Por
ello soy de los que opina que esta longeva Constitución (en próximas fechas se
convertirá en la más longeva de la historia de España, y no pretendo recordar
como acabó la precedente), no solo hay que reformarla, sino que hay que
cambiarla, en profundidad. La España del
78, estaba aún aislada de Europa. No dependía de Bruselas para hacer efectiva
la politíca económica, ni estaba sometida a tribunales europeos que nos
recuerdan que no podemos hacer de nuestra capa un sayo jurídico. Nadie se explica
hoy en día el papel que la Carta Magna reserva a la mujer siga siendo tan cerrado
y machista. Nadie se explica cómo hemos estado todo este tiempo parcheando el
invento que fue de las Autonomías, y que necesita una profunda reflexión y
modificación. Nadie puede entender un país digital, regido por un código
analógico. Eso sí, el cambio debe ser consensuado, basado fundamentalmente
tanto en la letra como en el espíritu que rodeó la carta del 78, pero el cambio
hay que hacerlo ya.
Y sé
que va a ser muy difícil poner de acuerdo a las dos corrientes de pensamiento
(¿?) mayoritarias del país: Por un lado los inmovilistas, a los que aterra la
idea de cambiar una coma, no sea que se les joda el chiringuito que tanto
tiempo y esfuerzo ha costado levantar y que les garantiza unas reglas de juego
que conocen y dominan. Por otro los liquidacionisitas, que pretenden justamente
lo contrario; destruirlo todo, (Delenda Constitutio, que dirían los juristas
más clásicos), para construir algo, seguramente para que todo siga igual, pero
a su favor (idea lampedusiana de amplio seguimiento hoy en día).
Si
queremos seguir con la convivencia, hoy muy deteriorada, pero que esta
Constitución ha fomentado y reglado, permitiendo el periodo de paz y concordia
en España más largo de nuestra Historia, es necesario un cambio, una
modernización, pero manteniendo el espíritu. Cambiando la letra, aunque no la
melodía, que tan mal no ha sonado estos 40 años.
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