Durante esta semana nos hemos visto inmersos en el recuerdo y la conmemoración de un acontecimiento social que cambió no sólo los parámetros sociales, sino también los políticos, en los que se movía la dinámica bipartidista del momento: El 15M. ¿O quizás no tanto?
El hartazgo ciudadano creado por la crisis económica de 2008, los enormes problemas sociales y económicos que se preveía iban a surgir al albor de esa misma crisis, artificial y a todas luces provocada por el propio sistema, y la inacción de los partidos tradicionales, anclados en el turnismo amparado por el bipartidismo existente, llevaron a la población en general y a la juventud en particular, a manifestarse de forma ruidosa y notoria en las principales plazas de las ciudades españolas, siendo la madrileña Puerta del Sol, la primera y la abanderada de esta reivindicación; primero por ser una de las plazas más emblemáticas de toda España y segundo, y yo creo que la principal, por ser la plaza que alberga la sede de la presidencia de la Comunidad de Madrid, en aquel momento presidida por Esperanza Aguirre.
Reivindicaciones elementales y
básicas, como el derecho a una vivienda digna y asequible, el fin de las
puertas giratorias, el desterramiento definitivo de la corrupción política, una
educación y una sanidad solidaria y de calidad, la garantía del sistema de
Pensiones solidario, entre otras, fueron los banderines de enganche de esta
revolución incruenta que llenó las páginas de los periódicos y las horas de las
televisiones más allá incluso de nuestras fronteras.
Al grito de “No nos
representan”, los participantes en las acampadas ciudadanas del 15M,
manifestaron su rechazo y su repulsa contra una clase política que les había
dejado de lado y a la que reclamaban transparencia y un cambio profundo en la
ley electoral, base y sustento de un rancio bipartidismo, más cercano al modelo
ochocentista de la Restauración, que a los nuevos tiempos del siglo XXI.
Un cóctel de reivindicaciones en el
que subyacía la desesperación de los más jóvenes que pedían un futuro digno
para todos.
A rebufo de esas reivindicaciones
surgieron partidos regeneracionistas como Ciudadanos y Podemos, que
pretendían asaltar el poder político desde dentro para cambiarlo, sanearlo y
adecuarlo a los nuevos tiempos.
Han pasado diez años y,
aprovechando fecha tan redonda quizás sea hora de analizar si de verdad esa
revolución cultural ha servido para algo.
En el terreno político, los dos
partidos surgidos a la sombra de esa incruenta asonada (permítaseme el oxímoron)
al principio tuvieron un respaldo masivo y popular bastante importante.
Sin llegar a conseguir desbancar en
ningún momento a los partidos tradicionales, tuvieron un tirón popular que les
permitió entrar en las Cámaras de Representantes e incluso en algunos gobiernos
locales, llegando Ciudadanos a ganar unas elecciones autonómicas en Cataluña (su
feudo de origen) pero, sin la suficiente mayoría, ni consiguieron ni tan
siquiera intentaron llegar a formar gobierno. Evidentemente no lograron
(Ciudadanos ni lo intentó) cambiar la ley electoral que les impedía tener la
suficiente representación parlamentaria, por lo que, poco a poco, el propio
sistema les ha ido penalizando según iban entrando en distintos gobiernos, con
el consiguiente desgaste popular. Si es cierto que Podemos ha llegado a formar,
junto con el PSOE, el primer gobierno de coalición desde el final de la II
República, pero casi ninguno de los objetivos políticos planteados en aquellas
asambleas callejeras, germen del partido morado, se han logrado. No se ha
acabado con los aforamientos, no se ha acabado con la corrupción sistémica (no
nos engañemos), ni se han abolido leyes a todas luces abusivas, como la llamada
“Ley Mordaza” que en la práctica impide la realización de otra manifestación
popular como fue el 15M.
Ahora, tras las últimas
elecciones autonómicas en Madrid, Ciudadanos prácticamente ha desaparecido del
mapa político (ya veremos en que queda la formación naranja en las próximas
Generales) y Podemos, asolado por el caudillismo de Iglesias, creo que
totalmente impropio de una organización de izquierdas organizada en torno a la
participación y organización coral, ha quedado relegado a una fuerza política
del tamaño y fuerza que en su día tuvo Izquierda Unida, ahora canibalizada en
sus filas.
La reclamada transparencia
política, ha quedado reducida a una serie de normas de difícil cumplimiento,
como han reconocido diversos analistas en los últimos años, por lo que ha mudado
en papel mojado, más allá de alguna comisión parlamentaria cuyas conclusiones
apenas han llegado al ciudadano de a pie.
En el plano social y económico no nos ha ido mucho mejor. La lucha por una vivienda digna y el fin de los desahucios ha caído en saco roto. Se han seguido produciendo desahucios y el precio de la vivienda de alquiler sigue estando por las nubes, inasequible para la población más joven y que más lo reclama. Solo la pandemia de COVID ha conseguido una moratoria en desahucios, pero esto es coyuntural y hambre para mañana. La venta de Viviendas de Protección Pública a Fondos Buitre no ha hecho más que empeorar aún más la situación de muchas familias, que han visto como su casero cambiaba y les cambiaba las reglas de juego, sobre todo con inasumibles subidas en el precio del alquiler.
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Foto tomada por el autor en la propia manifestación del 15 M |
No todo lo que intentó el 15M ha quedado en el olvido o ha desaparecido en las brumas de la Historia. El aviso llegó a los grandes partidos y provocó un rejuvenecimiento más rápido en sus estructuras. Las primarias (hoy en día globalizadas en casi todo el arco parlamentario) se establecieron para dar una sensación de participación de las bases en la estructura de los partidos y una patina democrática que hasta ahora solo existía en alguno de ellos.
Diez años después, las reivindicaciones de aquel movimiento que tomó la Puerta del Sol durante más de un mes siguen vigentes. No hemos cambiado tanto.
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El autor en el 15M |
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