Se ha ido el sin duda, padre
espiritual e ideológico de la televisión española. El impulsor, el
instigador de la afición desmedida que todo nacido en la piel de
toro tiene por la mal llamada “caja tonta”.
Este uruguayo de nacimiento
(Montevideo, 1935), español de corazón y universal de vocación,
vino al mundo en el seno de una familia predispuesta a la farándula.
Hijo del actor terrorífico e intrigante Narciso Ibáñez Menta, y de
la genial, aunque hoy casi olvidada, Pepita Serrador, provenía de
una familia de abolengo en la legua, sus abuelos paternos llegaron a
tener compañía propia. Fue sin embargo una enfermedad infantil lo
que contribuyó sobremanera a definir su carácter. Imposibilitado
por la misma a jugar y corretear como casi todos los muchachos de su
generación, se refugió en la lectura y sobre todo en los reyes del
misterio y el terror: Edgar Allan Poe y Ray Bradbury, cuyo
conocimiento tantos éxitos le daría en el futuro. Y, aunque intentó
de joven hacer sus pinitos en las tablas, pronto vio claro que su
destino no estaba sobre las tablas, sino en la dirección y en la
escritura, tras las cámaras.
Su vida en Sudamérica, donde en
esas fechas el fenómeno televisivo estaba en su apogeo y muy
adelantado a la producción televisiva en la España que a duras
penas escapaba del subdesarrollo, le proporcionó una perspectiva y
una experiencia en ese mundo, que le facilitó muy mucho la llegada a
España a principios de la década de los 60, consiguiendo en 1963 un
puesto en la incipiente y entonces única cadena de televisión en
España. Empezó en la realización de obras de teatro (muy en boga
en la época, con los Estudio 1 y 3), aprovechando el profundo
conocimiento que tenía del medio teatral y conjugándolo con su
aprendizaje en el medio televisivo en Argentina, donde vivió su
juventud al lado de su madre. Fue en 1966 cuando Chicho (sobrenombre
familiar, con el que pasará a la historia), dio el primer petardazo
a lo que entonces ni se llamaba (ni se conocía) el “share”
(audiencia para hispanoparlantes), con la inolvidable y terrorífica
serie “Historias para no dormir”, donde puso en imágenes
aquellos relatos que le apasionaron y atemorizaron de joven,
dirigiendo en varias ocasiones a su padre, experto en personajes
intrigantes y siniestros, figura tétrica por antonomasia de la
televisión española. Al año siguiente, y en una pirueta genial,
saltó a lo fríbolo y dio a conocer su “Historias de la
frivolidad”, con las inolvidables Irene Gutiérrez Caba, Lola Gaos
y Rafaela Aparicio en el papel de recatadas y furibundas censoras. Se
hartó de ganar premios y reconocimientos en todo el mundo, lo que le
permitió crear la primera productora de televisión privada de
España y rodar la primera de sus películas para la gran pantalla:
“La Residencia”.
Rodeado de las azafatas del primer "Un, Dos, Tres" en color
Pero fue en el ya lejano 1972,
cuando cambió para siempre la historia de la televisión en España.
RTVE, cansada de las críticas que recibía (las que podía haber en
la época) por el escaso contenido cultural y de entretenimiento
moderno de su parrilla, le pidió que pensase en un programa que
pudiese paliar ese déficit. Y fue cuando a Chicho se le ocurrió
mezclar en una solo programa los programas en vivo que había visto
en Sudamérica de chaval, mezclando el concurso de conocimientos, las
variedades, el espectáculo y la suerte. Puso a los mandos al
experimentado presentador peruano Kiko Ledgard, lo rodeo de bellas
señoritas (en la parte positiva) y de contrapeso diseñó a unos
malos malísimos (en la parte negativa), que se alegraban cuando el
concursante fallaba; los Cicutas, liderados por el entrañable
Valentín Tornos.
El programa se convirtió en lo que
hoy denominaríamos viral y se mantuvo con intermitencia hasta 2004,
con cambios en los presentadores, de imagen, pero sin perder su
genuino aroma a televisión completa, convirtiéndose en todo un
clásico.
Por este programa pasaron desde
presentadores míticos como el propio Ledgard, Mayra Gómez Kemp (que
empezó en el mismo de “corista”), Jordí Estadella o Myriam
Gómez Aroca. Actrices que luego fueron de renombre como Ágata Lys,
Victoria Abril, Lydia Bosch, Silvia Marsó o Paula Vázquez y
humoristas como “Bigote Arrocet”, Beatriz Carvajal, Raúl Sender,
o el inolvidable dúo Sacapuntas, entre otros muchos que construyeron
el mito “Un, dos, tres”.
Entre temporada y temporada (y
largos periodos de descanso) del “Un, dos, tres”, Chico nos
volvió a sorprender con programas como “Waku, waku”, “El
semáforo” o el inolvidable y en su día polémico (hay que ver
cómo era España en 1990) “Hablemos de Sexo”, donde entregó
popularidad y protagonismo a una psicóloga sin experiencia
televisiva (Elena Ochoa).
A partir de 2009, y debido a una
grave enfermedad degenerativa se vio obligado a dejar su labor
profesional, pues llegó a necesitar silla de ruedas para desplazarse
y se le hizo muy difícil comunicarse con su entorno. Fueron varios
los directores de cine, entre ellos Juan Antonio Bayona, que
reclamaron un homenaje para el autor de una de las películas de
culto del cine español “¿Quién puede matar a un niño?”
(1976), y al creador del modelo televisivo español. Este homenaje
tuvo lugar en febrero de 2019, al recibir el Goya de Honor (a un
director con solo dos películas) que otorga la Academia de Cine.
Lamentablemente su estado de salud le impidió acudir a Sevilla,
donde se realizaba la ceremonia, realizándose un acto especial en
Madrid, que sirvió también como su despedida de la vida pública.
Será
enterrado en Granada, al lado de su madre, con quien compartió en
1964 una de sus pocas incursiones en el mundo de la actuación, al
interpretar a su lado su obra, hoy casi olvidada, “Aprobado en
castidad”.
Descanse en paz este genio.
Con la entrañable "Ruberta", la calabaza que daba idems a los concursantes del Un, Dos, Tres
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