Se acaba el mundial de fútbol femenino y es hora de hacer un pequeño balance de todo lo que hemos visto por televisión estos últimos días. En primer lugar, aunque el reclamo y la atención creado por el mundial femenino está aún a años luz del atractivo mediático del fútbol masculino (poderoso caballero es don dinero), el avance en estos últimos años ha sido exponencial. Hace un tiempo cercano, ni tan siquiera nos enterábamos de que existía tal evento. Y lo digo con conocimiento de causa pues llevo más de diez años siguiendo el fútbol femenino, hasta entonces prácticamente desconocido para mí. No, no os equivoquéis, ese seguimiento no es producto de un acercamiento casual al futbol femenino, es un tema familiar, ya que mi hija ha estado jugando al fútbol estos últimos años, y he podido observar el enorme desarrollo que ha tenido, culminado recientemente con el anunció (por fin) de que el Real Madrid va a contar con equipo femenino.
Pero si en este país no nos enterábamos mucho de que existía un torneo mundial de balonpié femenino era fundamentalmente por la ausencia de nuestra selección. Hasta el mundial de hace 4 años ni tan siquiera soñábamos con nos clasificar para la ronda final y en el debut volvimos a casa en la fase de grupos sin ganar un solo partido. En esta ocasión, las chicas no solo han superado la fase de grupos con un resultado más que digno (han hecho de todo, ganar, empatar y perder), sino que la tan temida y esperada debacle en el cruce de octavos ante los EE.UU., a la sazón campeona mundial actual y equipo poderoso en esta categoría no solo no se ha producido, sino que han puesto a las yanquis contra las cuerdas. Solo la inexperiencia, la falta de pegada y, por decirlo todo, el cable que les echó la arbitra en forma de penalti mas que sospechoso, evitaron que la camiseta no les llegase al cuerpo a las afamadas estadounidenses. Y es que el partido lo plantearon como lo que era, una oportunidad única de demostrarle al mundo (sobre todo al mundo económico) que el fútbol femenino ha venido para quedarse, lejos ya de aquellos experimentos casi tercermundistas de folclóricas en pantalón corto, y que a día de hoy es posible y rentable apostar por el fútbol femenino. Y mas aún que las chicas saben pelear y sudar la camiseta dejándose la piel, ofreciendo, a ratos, un magnífico espectáculo futbolístico, alejado de los focos y los millones que los peloteros masculinos dejan. En estas ocasiones, hay permiso para perder.
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