Tengo que confesar que cuando me siento ante el teclado, aún estoy
en estado de shock. Si es duro, difícil, asistir a la muerte de un
mito, se me hace mucho mas extraño y duro asistir a una muerte
prematura, ignominiosamente impuesta por un accidente fatal.
Kobe
Briant, es considerado por muchos como el sucesor directo de su
majestad Michael “Air” Jordan. Sin venir de una familia
des-estructurada ni pobre (su padre fue un magnífico jugador que
hizo carrera en Italia, cuando aún no todos los buenos jugadores se
asentaban en la NBA), Briant se saltó todos los escalafones para
saltar del instituto a la NBA sin pasar por la Universidad. Y fue uno
de los mayores gurús del deporte de la canasta, el mítico Jerry
West (cuya silueta en juego es el escudo mundialmente reconocible de
la NBA), el que removió cielo y tierra para que los Charlotte
Hornets, que le habían elegido en el draft, le “cedieran” sus
derechos para sus Lakers. Entonces aún se tenía por cierto que,
para llegar a estrella de la mejor liga baloncestística del mundo,
había que quemar los pasos formativos de escalón a escalón, sin
saltarse ninguno. Y he aquí que Kobe se presento en el Staples
Center en 1997, con 18 añitos y se enfrenta al dios todopoderoso de
la canasta. “Lo primero que hizo fue coger la pelota en la esquina,
una pequeña finta y se me escabulló por la línea de fondo. Me dejó
hechizado. Recuerdo que me reí solo en la cancha. He visto ese
movimiento miles de veces y no puedo creerlo” dijo en su día su
majestad Jordan. A partir de ese día todos sabían que estaban ante
una estrella.
Con 21 años ya tenía tres anillos, al lado de Lamar
Odom y de Shaquille O´Neill. Entonces empezaron a llamarle La Mamba
Negra, esa serpiente letal que deja a sus victimas petrificadas.
Cinco veces ganador del anillo de campeón de la NBA, dos oros
olímpicos liderando al segundo gran Dream Team, tercer máximo
anotador de la historia de la liga americana, son solo cifras que no
reflejan el verdadero nivel de este hombre capaz de anotar 60 untos
el día que lo deja, o de anotar 81 en un partido, siendo el único
jugador que amenazó el record inalcanzable de Chamberlain. Era capaz
de eso, pero con una inteligencia y un conocimiento total del juego,
también era capaz de dejar la anotación en manos de otro, para que
su equipo ganara. Fue también el “responsable” de que nuestro
mejor baloncestista, Pau Gasol, lograse dos anillos de campeón a su
lado. Su imagen saludando, uno por uno a los jugadores de la
selección española, a la que acababa de ganar en los juegos de
Pekin 2008, (considerado el mejor partido de baloncesto de la
historia FIBA) fue todo un ejemplo de deportividad.
Un
líder con todas las letras que jugó toda la vida en el mismo
equipo, 20 años en Los Angeles Lakers (rara avis en el mundo del
deporte profesional actual), siendo capaz de liderar en varias épocas
un equipo ganador, el día que retiraron las dos camisetas que llevó
en el equipo (números 8 y 24), otro genio de la canasta y otro líder
de los Lakers, “Magic” Johnson, se rindió a su liderazgo.
Curiosamente
nos deja justo cuando otro gigante con la camiseta amarilla (LeBron
James), le sobrepasa como tercer máximo anotador de la liga y su
posible sucesor como primera estrella del universo NBA, Zion
Williams, acaba de debutar con los Pelicans.
Ahora
si que hay un buen cinco en el cielo: Maravich, Petrovic, Delibasic,
Martín y Briant. ¡Equipazo!
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