Diario de una epidemia: Miedo, que da miedo del miedo que da.


Había pensado en escribir periódicamente mis reflexiones acerca de este mes de prisión preventiva (se me ponen los pelos como escarpias cuando pienso en los que se tiran encerrados dos años sin juicio) que llevamos a costa del Covid 19. Sin embargo muchas de mis reflexiones no serían políticamente muy correctas (esas me las reservo para mí y duermen en una carpeta aparte, espero que si alguna vez salen a la luz yo ya no esté para recoger los palos), por lo que he decidido iniciar esta reflexión desde posturas menos polémicas.


Llevamos más de un mes encerrados y por ningún lado se ha visto ni por asomo cómo ni cuando vamos a poder salir de esta pesadilla. Por un lado los medios de comunicación al uso (especialmente Televisiones y prensa, que son las que más sigo) se regodean en los datos más negativos y morbosos (quizás no ven otros), e inciden una y otra vez en dar números y mas números, por otra parte ni contrastables ni analizables, ya que la fuente es la misma sin que haya posibilidad de análisis paralelos. Soy consciente de lo terrible y desolador que son las cifras de muertes, varios de mis conocidos han perdido a familiares, padres, tíos, abuelos. La muerte de cualquier ser humano es un hecho atroz, desgarrador, sea en las circunstancias que sean. Y estas son especialmente duras. También los enfermos que no paran de crecer son un dato intrínsecamente triste, aunque si al final se recuperan y salen, se vuelve un dato para la esperanza.

Pero hay otros números que no salen en los medios de comunicación, no se si porque son irrelevantes para la audiencia o porque lo que no sean bajas por la pandemia no interesa a nadie.
Por un lado se ha empezado a ver en algunos hospitales, que hay gente que les llega con patologías graves y que no habían ido antes al hospital “por miedo a contagiarse de Coronavirus” (sic). Llegan con una peritonitis, con una infección grave o con un cuadro cardíaco avanzado, por no contagiarse de un virus. No saben de que es mejor morirse.
Por otro, en muchos hogares se empieza a dirimir si es mejor morir de Coronavirus o de hambre. En un país donde buena parte de la economía más básica, es, no ya sumergida, sino casi abisal, estos trabajadores que complementan sus magros ingresos o directamente son los únicos que tienen, se ven en una situación dramática de no poder hacer frente al mero hecho de hacer la compra más básica, mas allá del propio confinamiento. Ya no hablemos de pagos como la luz, el gas, el teléfono, etc.
Y todo esto por una cuestión que creo que va mas allá de la pandemia. El miedo al contagio (algo por otra parte intrínseco al ser humano), y sobre todo a lo desconocido. Y este virus lo es, o al menos eso es lo que nos transmiten.

A cualquier “especialista” que se le pregunta, sobre la situación actual o sobre el escenario que nos encontraremos una vez haya remitido la pandemia, lo primero que hace (si es sensato) es constatar que no tiene ni idea de donde estamos, ni a donde nos dirigimos.
Es curioso que, en el siglo del conocimiento y de la ciencia, nos encontremos mas o menos como se encontraron los europeos durante las epidemias de peste en el siglo XIII y XIV, o nuestros bisabuelos en la gran pandemia de gripe española de hace un siglo. Pandemia que por otra parte jamás se supo cómo desapareció ni cual era la morfología del virus que la causó.
Es por ello que, al objeto de reflexionar sobre todo esto, me suelo refugiar en filósofos, pensadores o simplemente gente de la cultura. Muy interesante, al menos para mí, fue la entrevista que le hizo Jordi Évole a Ricardo Darín, ese espléndido actor argentino.


Bueno a lo que iba, que me deslizo. Creo que todo esto está siendo alimentado por uno de los sentimientos mas humanos y por otra parte mas abominables que existen: el miedo (personalmente creo que solo lo supera el odio).
Y es el miedo lo que empuja a ciudadanos (?) a escribir al vecino del tercero izquierda, para que abandone el edificio, ya que su profesión de enfermero, que por otra parte es la que nos salva del apocalipsis, le convierte en un propagador de la enfermedad y en una fuente de virus. O que a la amable cajera del supermercado, a la que hasta ahora cedíamos amablemente el paso en el ascensor, la conminemos a alojarse en un lazareto junto con su familia, para que no nos contagie la moderna pestilencia.

Como experimento sociológico (no por repetido, menos interesante) está muy bien. Porque eso puede llevar a algún indeseable a plantear una situación como esta para sojuzgar a la ciudadanía o simplemente para acabar con las libertades civiles (algunas ya se las están pasando por el forro, por la falsa dualidad entre salud o libertad. Cuando la auténtica realidad debería ser salud Y libertad.

En fin, seguimos en estas (y yo aún no veo la luz al final del túnel), por lo que lo único que nos queda es esperar y reflexionar. Sobre el miedo.......




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