Aunque sabíamos que
tenía cáncer, y de los malos, nos ha sorprendido mucho la noticia de la
muerte de una buena persona y un tipo con un humor ciertamente
particular: Michael Robinson.
Un delantero centro
inglés de toda la vida (de esos que se dice que les tiras un
cochinillo y te lo rematan de cabeza), inició su carrera en el
Preston, para después pasar por un Manchester City muy distinto al
de hoy en día, y Brighton, para llegar al club de sus amores, el
Liverpool (“Debería pagar yo por jugar en el Liverpool”, llegó
a decir), donde consiguió sus mejores éxitos como deportista en
1983, logrando Liga, Copa de la Liga y Copa de Europa, en aquella
mítica final ante la Roma, precisamente en la Ciudad Eterna,
dirimida por penaltis. Años después llegó a confesar que se
escondía entre sus compañeros para no tener que tirar uno, “No la
fuese a cagar”, afortunadamente para él no tuvo que lanzar. De esa
final dejó una de sus más divertidas anécdotas al confesar que,
encargado de llevar la Copa, se la dejó en el Duty Free del
aeropuerto de Roma: “Al volver a por ella hice el sprint más
rápido de mi carrera”.
Tras un breve paso
por el QPR, en 1987, hizo las maletas y se vino a España, junto a su amigo Sammy Lee, fichado
por el club Atlético Osasuna. No sabía
donde se metía, tanto que se pasó días buscando Osasuna en un mapa
de España hasta que, ya en España, le dijeron que llevaba unos días
viviendo en Pamplona. “Al principio no sabía ni donde estaba, creí que la ciudad se llamaba Osasuna. Al ver al equipo penúltimo le dije a mi mujer que yo no podía salvarlo, que deberían haber fichado a Spiderman o David Copperfield. Tenía otras ofertas, pero fichar por Osasuna me pareció muy romántico. Antes del primer partido vi que existía la costumbre de rezar antes de saltar al campo. Le dije a mi padre que se confirmaban mis sospechas, que éramos tan malos que debíamos rezar antes de jugar”, llegó a decir con sorna".
Salvó con sus goles al club pamplonica del
descenso, y rápidamente se enamoró de la ciudad, de sus costumbres
y de su gente (“Vine por el fútbol y me enamoré de España”), a
pesar de que no entendía nada de cómo somos y de nuestra manera de
vivir. Sólo sabía decir en español gracias, cerveza y contar
hasta cinco.
24 veces
internacional con Irlanda (“No era lo suficientemente bueno para
jugar con Inglaterra”), se retiró del fútbol en 1989, por culpa de
las constantes molestias que arrastraba por sus varias lesiones de
rodilla. Pero la retirada del fútbol le llevó a su segunda profesión
y sin duda a su pasión, el periodismo. Tras un breve paso por RTVE,
en 1990 firmó por el entonces recién nacido Canal +, que traía por
primera vez la televisión de pago a España. Formando dupla con
Carlos Martínez, su divertido acento inglés y sus constantes
equivocaciones gramaticales (“He conseguido no hablar correctamente
ninguno de los dos idiomas” dijo, cuando le preguntaron por su
acento), fue todo un éxito continuando en las
retransmisiones y colaborando en programas míticos como “El día
después” y en “El larguero” de la Cadena SER. Años después,
en 2007, dirigió el programa “Informe Robinson”, lo que le ha
valido infinidad de premios hasta que en 2017 recibió el Premio
Internacional Vázquez Montalbán, en la categoría de periodismo
deportivo.
Su extraordinario
sentido del humor y su humanidad también le llevaron a aventuras
profesionales “extrañas”, como colaborar en el doblaje de la
película Schrek, en el que doblaba, con su particular acento, ¡A una de las hermanastras feas de Cenicienta!.
De su estancia en
España, también le ha quedado un profundo amor por Cádiz y por su
club de futbol (del que llegó a ser directivo), seguramente por ese
sentido suyo del humor, que afina el sentido gaditano.
Hizo pública su
enfermedad sin ningún tipo de pudor, con valentía, para enfrentarse
a ella con mas tesón: "El cáncer puede que me mate, pero lo
que no va a hacer es matarme todos los días".
Muy amigo de sus
amigos, deja un enorme vacío en el periodismo nacional y en la
afición a ese deporte que tanto le dio. Anfield, el mítico estadio
del Liverpool, su estadio, en el que jugó de rojo tantos y tantos
partidos, siempre le emocionó. "Sales del vestuario, bajas unas
escaleras, subes otras y estás en el campo. Lo ultimo que ves es el
This is Anfield. Todos lo tocaban y luego, the Kop, la histórica
tribuna, cantaba el You'll never walk alone.”
Hoy no solo the Kop
lo cantará, porque nunca caminarás solo. DEP.
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