Juan Carlos también borboneba.

Había decidido enterrar la pluma de guerra y dejar que este blog languideciera en el limbo de los escritos olvidados tras el esperpéntico espectáculo de lo leído y oído en los tiempos del coronavirus (¿o debería decir de la cólera?), pero los acontecimientos históricos nos atropellan y me veo en la obligación (y en la tentación) de ponerme al teclado para opinar o indicar mis reflexiones, por mucho que luego me sacudan en las “redes antisociales”.

Y es que estamos en un momento de trascendencia histórica: De nuevo un Borbón, el rey emérito (?), ha decidido poner tierra (y seguramente mar) de por medio, entre su regia figura y el Estado español, cansado (eso dice él) de que se acose y se le investigue, después de lo mucho que ha hecho el por este país (que es por lo que se le pagaba). Y eso que según el mismo en uno de sus recordados “speechs” navideños, “todos somos iguales ante la ley” (sic).



Juan Carlos ha borboneado. Y mira que nos hubiera gustado afirmar al final de sus días que había sido la excepción dentro de la malhadada dinastía de los Capetos españoles, y que no solo había devuelto la democracia y promovido la reconciliación entre los españoles, tras haber sido designado por el oprobioso dictador (una suerte de gracia divina, alejada de cauces mas heterodoxos) y haber abjurado de los Principios Fundamentales del Movimiento. Pero no, fiel a esa sangre espurea (léase acerca del padre biológico de su bisabuelo) que lleva en sus venas, ha decidido comportarse como un Borbón y renuncia a defenderse leoninamente (tengo que reconocer que lo tiene chungo y que es un octogenario muy “curradito”), poniendo pies en polvorosa no sea que vengan peor dadas, que ya no estamos para carreras y tiene colocado al chico.

No es que sea la primera vez que un Borbón se apea en marcha de este país por escándalos y corruptelas. Ya lo hizo su tatarabuela, aficionada a las joyas, los dineros y las carnes (a las del cocido y a las otras), que marchose a poner sus reales posaderas a París tras la revolución denominada “Glosiosa”, para no volver jamás. O su abuelo; Alfonso XIII, que tras apoyar un golpe de estado militar y aplaudir enfervorizadamente a Primo de Rivera, también se vio envuelto en turbios asuntos crematísicos (se afirma que estaba metido en la famosa estafa del “estraperlo”), y sus borbónicas aficiones a la carne (este solo de la otra, que se sepa), lo que le valió salir por la puerta de atrás del Palacio de Oriente, tras la visita de una comisión parlamentaria que le invitó amablemente a tomar las de Villadiego (léase Cartagena). “Los españoles han echado al último Borbón no por Rey, sino por ladrón", afirmó Don Ramón María del Valle-Inclán sobre Alfonso XIII.

A todo esto nos damos cuenta que, salvo Alfonso XII, el Pacificador, primer monarca Borbón costitucionalista (lo de Fernando VII y la Pepa fue un “coitus interruptus”), muerto prematuramente; y Don Juan, que llegó de rebote a la sucesión y que ni tan siquiera llegó a ser Juan III, que no llegó a pisar el pais desde 1931 hasta la coronación de su vástago, no ha habido Borbón que no haya salido del país por patas, en los últimos dos siglos.

Y es que tras la inmunidad que le otorgaba la Corona, junto con la imagen que los medios y los políticos de turno le daban, bajo el áurea de salvador de la democracia tras su papel el 23F, “Juanito” (apelativo cariñoso que le otorgó su familia, no es que me ponga irreverente), borboneaba. Es decir, hacía lo propio de un Borbón.

No es solo que haya ahora aflorado su afición a las señoras estupendas (hay que decir que ese gusto era “vox populi” durante años en los mentideros de la corte), que es una tradición familiar ampliamente documentada en la historia patria, donde hay reseñas de nombres ilustres como Elena Sanz, Consuelo Vello “la Fornarina” o Carmen Ruiz Moragas, y otros muchos nombres menos reconocibles y fácilmente olvidados, aunque esto solo le incumbe a él y a su señora esposa; sino también en su afición a coleccionar dádivas, comisiones y regalos, lo que ya nos incumbe a todos los paganos fiscales, y más cuando hay sospechas (creo que más que sobradas) que los mencionados “regalos” no pasaban por el filtro de la Hacienda patria y quedaban en el limbo fiscal mas ominoso.

Afortunadamente para la institución, el actual monarca se ha desmarcado lo más rápidamente que ha podido del asunto, intentando mantener la corona sobre su regia cabeza, aunque creo que no debe preocuparse mucho: Ni existe una oposición política organizada, ni figuras políticas serias y respetadas que puedan canalizar y hacer viable una opción republicana. Creo que la III República española debe aún esperar y que yo, como muchos que consideramos la monarquía una institución obsoleta y antidemocrática, y somos abierta y públicamente republicanos, no nos queda mas que decir: “¡Viva el Rey!”. De momento, no se vislumbra otra opción.






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