ANNUS HORRIBILIS



Hace justo un año, todos nos felicitábamos y nos deseábamos un feliz y prospero año 2020. Año bisiesto (ya saben, año funesto según el sabio refranero popular), que nos prometía entre otras cosas buenas, el final del largo y duro peregrinar por la recuperación económica de una crisis que, esta si, había sido provocada por la voracidad y la insensatez del sistema capitalista y sus ya famosas “burbujas”.

La mayoría de los informadores, centraban su foco informativo en la configuración del primer gobierno de coalición que se iba a dar en la moderna historia de España. Unos augurando una catástrofe política de proporciones bíblicas, y otros loando que, ahora sí, habíamos alcanzado la normalidad democrática europea, donde es costumbre el diálogo y el pacto para llegar al gobierno. Algunos (pocos, muy pocos, por mucho que ahora afloren videntes "a toro pasado") habían oído hablar de un virus que se estaba propagando en una remota provincia China del tamaño de España y con una población equivalente a la de Italia, pero pensaban (casi todos) que, como en 2009 con la gripe aviar, o como en 2012 con la gripe porcina, la sangre no llegaría al río y la acción del bicho no pasaría del control del gigante amarillo y quedaría lejos del ámbito del “primer mundo”. Ilusos.

Un año después nos despedimos con algarabía, de este año que podemos considerar maldito, tras haber sufrido uno de los mayores cataclismos que el mundo ha conocido desde la Segunda Guerra Mundial y el más global y terrible desde la tristemente y mal llamada, gripe española de finales de la segunda década del siglo pasado. Y digo esto, aunque evidentemente la situación y las consecuencias (por mucho que se empeñen apocalípticos y agoreros), no tienen nada que ver. Y si hemos sufrido muchas de estas consecuencias terribles y catastróficas, ha sido por la evidente ineptitud a la hora de gestionar la pandemia, sus peligros y consecuencias colaterales, por parte de los dirigentes de TODO (subrayo las mayúsculas) el Mundo, que han colaborado con sus decisiones erráticas, contradictorias y muchas veces incomprensibles, a que la pandemia no solo haya causado muchas víctimas por su propia acción, sino también por sus consecuencias económicas, sociales y psicológicas.

Afortunadamente, a efectos científicos, estamos a años luz de como estuvieron nuestros bisabuelos a principios del siglo XX, cuando la citada gripe se llevó por delante a 50 millones de personas y a alguna raza que otra entera, durante los tres años que duró, hasta que ya no pudo matar a más y se extinguió (o no, no lo sabemos con certeza). Pero parece que a nivel social y político seguimos como entonces, porque no hemos visto ninguna aportación nueva por esa parte a combatir el mal, más allá de tirarse los trastos los unos y los otros, y utilizar las noticias cambiantes y los datos manipulables y manipulados, a beneficio de sus propios intereses partidistas.

Ahora nos escandalizamos, cuando llevamos unos 2 millones de muertos en todo el globo, y tenemos desarrollada no una, ni dos, sino varias vacunas, en un tiempo record y vemos, aunque sea tímidamente, la luz al final del túnel. Aunque muchos apologistas del apocalipsis siguen tirándose de los pelos (no les debe de quedar ni uno), predicando que si el virus no va a desaparecer, que si va a ser endémico, que si vamos a tener que seguir bajo control de nuestros movimientos e incluso de nuestros pensamientos, como si otros virus y enfermedades contagiosas, afortunadamente controlados por vacunas y/o tratamientos, no siguiesen con nosotros y continuasen causando “problemas” en países y continentes, menos “desarrollados” (aquí subrayo las comillas). ¿O es que acaso no siguen pululando por el mundo la rubéola, el sarampión, la polio o la meningitis, que siguen causando una alta mortalidad en el mundo?

Durante estos meses, hemos visto nuestras libertades cercenadas en aras de una supuesta seguridad sanitaria, nuestras esperanzas sepultadas junto a muchos seres queridos, no solo por culpa del famoso virus, sino también de otras enfermedades y catástrofes que han seguido matando seres humanos como lo hacen siempre , no lo olvidemos, pero que han sido eclipsadas por la actualidad y la parcialidad de los Media a la hora de informar a la población, como si la única noticia y la única catástrofe existente en el mundo fuese el virus.

Ese final del túnel epidemiológico va a llegar en el año que se nos avecina, no me cabe la menor duda, pero con él, también va a llegar la mayor crisis económica a la que nos hemos enfrentado en el mundo occidental, desde la famosa crisis de 1929 (¡Que curiosa coincidencia, también hace casi un siglo!), y en este caso no nos vamos a poder apoyar en la Ciencia, tan denostada otrora como valorada ahora, cuando pintan bastos, sino en la gestión de los mismos individuos (u otros de su misma calaña), que han demostrado una perfecta ineptitud y una blandenguería, impropias de unos gobernantes, a la hora de gestionar y combatir la pandemia. Y es que la epidemia nos ha demostrado que no estamos preparados ni la población, ni sus gobernantes (insisto, sean del color político que sean), para situaciones que escapan del tranquilo devenir de la Historia, con los problemas cotidianos y mundanos de solución asequible y rápida, que hemos venido teniendo desde mediados del siglo XX y que no han exigido, a casi nadie del primer mundo, a tomar decisiones difíciles y arriesgadas.

Por eso espero que todos, y sobre todo los que tienen que tomar decisiones y medidas, hayan aprendido esta lección dura, durísima, de lo que es la vida y de cómo deberíamos enfrentarnos al posible final de la misma, no solo para el año que se nos viene y antoja esperanzador, de cara a controlar la pandemia y poder volver a tener una vida “razonablemente” buena, sino para los años que se nos vienen encima, en los que deberemos aprender a convivir con esta enfermedad como convivimos con otras, sin que su presencia, condicione de manera tan salvaje nuestro “modus vivendi”, que deberemos cambiar, no por el virus, sino porque nos podemos cargar el planeta y no tenemos otro de repuesto.

Por lo demás el año nos ha dejado los problemas políticos que habitualmente asolan esta piel de toro, fundamentalmente la ausencia absoluta de voluntad de diálogo, de empatía hacia el discordante o el antagonista, así cómo la desaparición de algunos iconos en muchos ámbitos de la vida, entre los que destaco mis admirados Michael Robinson, Marcos Mundstock, Albert Uderzo, Luis Eduardo Aute, Pau Donés, Julio Anguita, Carlos Ruiz Zafón, Joaquín Salvador Lavado “Quino” o Armando Manzanero. Como todos los años, nos deja gente que no debería morirse nunca, pero que continúan vivos en el recuerdo. (*)

Dicho esto, aprovecho para desear a todos un año 2021, no ya feliz como corresponde por las fechas, sino lleno de confirmaciones de las esperanzas que todos hemos puesto en el.

(*) Quiero hacer mención especial a las personas cercanas y entrañables que he perdido a título personal. No pongo aquí sus nombres porque son algo intimo y privado, pero ellas saben, estén donde estén, que las tengo en mi recuerdo.

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