Dicebamus hesterna die. (Decíamos ayer)

No, no han pasado dos años desde mi último acceso a estas páginas, ni tampoco he purgado pena alguna en una lóbrega mazmorra inquisitorial como hizo el fraile agustino al que atribuyen esta frase (a pesar de que no hay constancia que la dijese), tan solo han pasado cuatro meses desde que incluí mi último escrito en este blog, en parte porque estaba dedicado en cuerpo y en alma (nunca mejor dicho), a la publicación de mi libro de relatos “Como nubes que pasan sin descargar” y, por otra parte, porque los acontecimientos políticos, sociales y de toda índole que se están sucediendo últimamente en este país, me estaban creando una migraña y una perplejidad que no sabía muy bien donde tenía que concentrar el foco de mi atención.

El tema principal de mis últimos escritos fue la maldita pandemia de un virus, un tema recurrente y que ha absorbido casi todo lo que ha sucedido en el mundo, aunque el mismo, mortal y contagioso, no es ni mucho menos uno de los más agresivos que ha conocido la humanidad, ni tan siquiera entre los que ahora mismo matan a miles, millones de personas en el tercer mundo (ébola, chakra, etc.), pero claro es otro mundo.

El asunto sigue ahí, a pesar de la esperanza puesta a principio de año en esas vacunas que, en parte por un excesivo optimismo por parte de todos y en parte por la infausta gestión que del uso de las mismas están haciendo los distintos gobiernos (principalmente occidentales y especialmente comunitarios, de toda tendencia política, no están resultando tan veloces y determinantes cómo esperábamos. El virus, los contagios, los muertos, las restricciones,  las leyes regresivas y el miedo siguen ahí, presentes en nuestra vida, amenazando quedarse instalados a perpetuidad, más allá incluso de la pervivencia del virus que los ha provocado. Y es que nadie, o al menos nadie lo ha dicho públicamente, que yo sepa, se ha planteado cómo y de que manera vamos a salir de esta situación anómala a todas luces, porque no creo que la vida vuelva a ser como antes en mucho, mucho tiempo.

Mientras, las tensiones políticas, causadas o no por la pandemia, han sacado lo más ruin, extremista y reaccionario de la cainita sociedad española. Como ejemplo, la ocurrencia de convocar elecciones anticipadas en Madrid en plena vorágine epidemiológica. No podemos tomarnos tranquilamente una caña en la barra de un bar, sin que miremos a nuestro alrededor por si alguien se nos acerca demasiado, ni reunirnos con los colegas a comer en nuestro restaurante favorito en el momento en que seamos más de seis, ni tan siquiera reunirnos más de dos en casa ajena, pero si podemos acudir a mítines, manifestaciones o a ejercer el voto (eso que algunos confunden con la democracia), sin ningún tipo de rubor social. Es la nueva realidad, la que nos ha traído el virus y la que nos enseñan las personas que elegimos para que gestionasen las situaciones difíciles y problemáticas, porque para las fáciles no necesitamos tantas alforjas.

Escribo estas líneas en plena jornada de reflexión y bastante antes de saber los resultados de los comicios matritenses a los que nos ha llevado el vértigo de la presidente de la Comunidad, que nos obligará a volver a las urnas en poco más de dos años. Sin embargo estos comicios ya nos han mostrado la más cruda realidad social de este nuestro país; un grupo de proclamados políticos, que ignorando la afección décima de la palabra en el diccionario de la Real Academia, se esfuerzan denodadamente en tirarse los trastos a la cabeza (en el mejor de los casos) e incluso amenazarse físicamente sin ningún disimulo (en el peor), pero sin dar una sola pista de cómo tienen pensado resolver los problemas, graves problemas, que tienen los ciudadanos. Si es que la tienen más allá del eslogan de trinchera: Conmigo o el caos, socialismo o libertad, conmigo o el fascismo. Cuando ni contigo ni sin ti, me temo que tengan nuestros males remedio.

Aún no he oído en ningún medio de comunicación, que alguno de los candidatos plantee publicamente un plan para hacer una reforma que  permita reparar y modernizar el malogrado sistema sanitario público de Madrid que nos sostiene, con más voluntad y dedicación de los profesionales que lo componen, que medios técnicos; ni cómo van a afrontar la reforma urgente y necesaria del sistema tributario; ni tan siquiera de cómo se va a acelerar la tan ansiada vacunación y posterior desescalada; ni de las gestiones y acuerdos que están dispuestos a hacer con el Gobierno central y con los municipales, en el caso de que estos sean de un color parlamentario distinto al suyo. Tampoco he oído a ningún candidato tender la mano para llegar a acuerdos en el caso de que, como nos tememos, no haya ningún partido con mayoría suficiente para formar un gobierno sólido, más allá del ya consabido “con este ni al infierno” o la apelación a cordones sanitarios para mi excluyentes, justo ahora que lo que hay que hacer no es excluir a nadie (y sí, he dicho a nadie, incluidos los que se autoexcluyen), para salir de la pandemia y, sobre todo de las terribles consecuencias económicas y sociales que se van a derivar de esta y que tendrán una solución mucho más longeva. Todo lo más anuncios de bloques de trincheras.

Por ahora dejo esta reflexión aquí a la espera de saber los resultados de las elecciones (a corto plazo, porque a largo no espero grandes cambios).

Del tema Florentino y la Superliga, ya hablaré en otro momento.

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